Entre su camisa granate y sus melifluas llamadas a la serenidad, he confundido a Benach con un hipnotizador televisivo. Me parece que todos estaríamos más serenos si, para empezar, él no se hubiera estrenado en la presidencia del Parlamento de Cataluña advirtiendo del nacimiento de un proceso que no tenía vuelta atrás, si un alto cargo de su partido no se hubiera referido a la rojigualda como “la bandera del enemigo”, si Bargalló no les hubiera recordado a los Ciudadanos por Cataluña el Manifiesto de los 2.300 y si otro conmilitón suyo, el conseller Huguet, no hubiera amenazado con una guerra civil entre comillas. Pero de acuerdo, calma y serenidad.
Sumido ya en una tranquilidad absoluta (tanta que me voy a tener que echar una cabezadilla en cuanto acabe esta columna; no hay que menospreciar el valor soporífero que tiene el asunto estatutario) habrá que recordar que el toro que vamos a lidiar entre bostezos lo han servido las ganaderías Zapatero. Si los independentistas no vieran sus intereses perfectamente representados por el peor jefe de gobierno de la historia de España, en dura lid con Casares Quiroga, ¿a cuento de qué iba a lamentar esa gente que se abuchee a un presidente español durante la fiesta nacional española desluciendo un desfile del Ejército español?
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